Texto: Antonio Pérez Esclarín
Desde hace mucho tiempo, la inseguridad y la violencia son considerados el problema mayor por gran parte de la población.
Venezuela se ha convertido en uno de los países más violentos del mundo. Vivimos una especie de guerra civil no declarada donde los venezolanos nos matamos con saña y por cualquier motivo. Todo sube de precio en Venezuela menos la vida humana que cada vez vale menos. Se puede matar por unos zapatos, por una bicicleta, por un celular, o simplemente porque no llevabas plata, te resististe o me miraste feo.
No creo que exista alguien en Venezuela que no haya sido robado, asaltado él o algún amigo o familiar cercano. Estamos tan aplastados por la violencia que consideramos un alivio ser robado o asaltado y salir con vida o sin ser violado o golpeado. La violencia no respeta ideologías, razas, religiones o clases sociales y se ceba con saña y cada día con mayor voracidad sobre todo entre los jóvenes que son las víctimas preferidas.
Si lo normal en la vida es que los jóvenes entierren a los muertos y los hijos a los padres, en Venezuela es cada vez más frecuente que los mayores entierren a los jóvenes y los padres entierren a los hijos. La violencia es omnipresente y no sólo hemos perdido parques, plazas y calles que han sido tomadas por la delincuencia, sino que ya ni las iglesias, las escuelas, los hogares, los hospitales, los autobuses… son lugares seguros donde uno puede refugiarse de la violencia.
Hace unos días, el Observatorio Venezolano sobre la Violencia dio a conocer los resultados de una encuesta que hicieron varias universidades a mil hogares de ciudades y pueblos con una población de al menos 2.500 habitantes. Los resultados de la encuesta son escalofriantes y demuestran el fracaso total del Estado para garantizarnos el derecho esencial a la seguridad y la vida.
La tasa de homicidios que desde décadas pasadas, venía subiendo progresivamente, en los últimos diez años se ha desbocado y ha alcanzado cifras espeluznantes. Si en 1990, se registraban en Venezuela trece homicidios por cada 100.000 habitantes y en el año 2.000 la cifra subió a 25, en el año 2010, la cifra llegó a 57.
No olvidemos que el promedio mundial de la tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes es de 8,8, ¡y la nuestra ha llegado a 57, es decir que la septuplicamos: la superamos siete veces!.
Sería también bueno recordar que la tasa de la Comunidad Europea está por debajo de 1,6 y que diversos países latinoamericanos como Costa Rica, Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay tienen una tasa por debajo de la media mundial, es decir, más de siete veces inferior a la nuestra.
Desde hace mucho tiempo, la inseguridad y la violencia son considerados el problema mayor por gran parte de la población. Por ello, no es de extrañar que el 92% de los encuestados consideren que la situación no ha mejorado, a pesar de los anuncios oficiales de proyectos y planes para combatirla.
La población se siente desprotegida e indefensa, sin saber a quién recurrir, pues el 33,4% de los encuestados consideran que la policía está siempre involucrada en los hechos delictivos, el 58,3% considera que algunas veces y sólo el 8.3%, piensa que la policía no tiene nada que ver con los hechos delictivos.
En consecuencia, resulta normal que la mayoría de las víctimas de la violencia (el 66,1% de los encuestados) no denuncien los hechos por pensar que no va a servirles de nada o por temer represalias mayores de los delincuentes para ellos o sus familiares.
Ante la desconfianza de la policía, la inoperancia del poder judicial y la sensación de indefensión, resulta muy preocupante que la mitad de los encuestados considera que la gente tiene derecho a tomar la justicia por sus manos y estaría dispuesta a matar para defender su casa o su propiedad, que el 45% considera que la policía tiene derecho a matar a los delincuentes, y que uno de cada cuatro encuestados considera que, si pudiera, tendría un arma de fuego. Sin embargo, afortunadamente, son todavía minoría los que apoyan la acción de grupos armados o paramilitares dedicados a asesinar delincuentes.
Por otra parte, la descomposición social y la desconfianza están llegando a tales extremos que el 70% de los encuestados afirma que son muy pocas las personas en las que se puede confiar por completo.
Profesor / Filósofo pesclarin@gmail.com
Fuente : http://www.panorama.com.ve
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