tomado de: http://www.panorama.com.ve
Antonio Pérez Esclarín / Filósofo / pesclarin@gmail.com
domingo 26 de mayo de 2013 01:00 AM
En momentos en que seguimos en Venezuela fuertemente polarizados y divididos, es urgente que todos nos esforcemos por evitar toda palabra y actitud que pueda promover el enfrentamiento y la violencia. La genuina democracia no es sólo una forma de gobierno sino que es sobre todo un modo de vida. Fortalecer la democracia va a exigirnos a todos: padres, maestros, empresarios, trabajadores, periodistas y especialmente a los políticos que deberían darnos ejemplo, promover y garantizar las competencias esenciales para una sana convivencia y para el ejercicio de una ciudadanía responsable:
-Aprender a no agredir ni física, ni verbal, ni psicológicamente a nadie, requisito indispensable para la convivencia social. La agresión es signo de debilidad moral e intelectual y la violencia es la más triste e inhumana ausencia de pensamiento. Hay que aprender a resolver los conflictos mediante la negociación y el diálogo, de modo que todos salgan beneficiados de él, tratando de convertir la agresividad en fuerza positiva, fuerza para la creación y la cooperación y no para la destrucción. Valiente no es el que insulta, ofende o golpea, sino el que es capaz de dominar sus propias tendencias agresivas y las convierte en canales de encuentro y construcción de vida.
-Aprender a comunicarnos, a dialogar, a escuchar al otro como portador de verdad. El que cree que posee la verdad, no escucha, sino que la impone a los demás. Pero una verdad impuesta deja de ser verdad, se convierte en mentira. “La verdad les hará libres”, dijo Jesús. La verdad nos libera primero que nada de la prepotencia, de la soberbia, del pensar que somos superiores y que los que no piensan como yo están en el error o son unos malvados. Hoy hablamos mucho, pero cada vez escuchamos y nos escuchamos menos. No olvidemos nunca que lo más importante en un diálogo verdadero no es tanto lo que se dice sino el modo en que se escucha. De ahí la importancia de aprender a conversar, escuchar, expresarse con libertad, argumentar, comprender al otro y lo que dice, defender con fuerza las propias convicciones sin agredir ni ofender al que las contradice. Una comunidad que aprende a conversar, aprende a convivir.
-Aprender a interactuar con los otros, a valorar y aceptar las diferencias políticas, culturales, de raza, de género, sin convertirlas en desigualdades. Aprender a tratar con cortesía, a decidir en grupo, a considerar los problemas como retos a resolver y no como excusas para ofender o culpar a otros.
-Aprender a cuidarse, a cuidar a los otros, a cuidar el ambiente, las cosas colectivas, los bienes públicos que pertenecen a todos. Aprender a esforzarse y a trabajar con responsabilidad y calidad, medio esencial para garantizar a todos unas condiciones de vida digna en vivienda, alimentación, educación, trabajo, recreación…, como factores esenciales para la convivencia pacífica. Si gran parte de la población no cuenta con condiciones adecuadas de vida y apenas sobrevive penosamente, no será posible la convivencia. La defensa de los derechos humanos esenciales se transforma en el deber de hacerlos posibles y reales para todos.
-Aprender a valorar, la propia familia, cultura y religión, y a respetar las familias, culturas y religiones diferentes, dentro y fuera de cada país, combatiendo los dogmatismos, fundamentalismos e intolerancia de quienes quieren imponer una única forma de pensar, de creer, de vivir. El fanatismo es odio a la inteligencia, miedo a la razón.
-Aprender a desarrollar la autonomía personal, la confianza, el respeto, la responsabilidad, la cooperación y la solidaridad. En definitiva, sólo será posible convivir, es decir, vivir con los demás, si hay personas dispuestas a vivir para los demás. Educar en la solidaridad supone despertar la comprensión, el amor, el sentido de justicia actuantes. La solidaridad verdadera nos libera de la demagogia y de la retórica, del afán de poder y de tener.
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